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narrativa y escritura

Aquí se encuentran ejemplos de narrativa de historias breves o guiones

[RELATO CORTO – GUIÓN LITERARIO]

Filtraciones en el tiempo

La pared estaba vieja y llena de humedades, deshaciéndose y dejando ver sus ladrillos. Algo extrañísimo sucedió en ella. 
Se dibujaba de abajo a arriba, y de izquierda a derecha, una brecha vibrante y ruidosa que comunicaba con no se sabe qué. Por ahí se iba filtrando, como un fuego, una materia flotante, borrosa. La grieta latía constante mientras se completaba lo que parecía una excreción, un parto, una entrega.
Desde la cama, a plena luz del día, no podían creer lo que estaba sucediendo, ahí mismo, frente a sus ojos. De pronto, se escuchó el golpeo de un acorde de guitarra. Reverberó y comenzó a resonar cada vez más intensamente, como un crash de batería invertido. La masa deforme tembló acorde al sonido. En un repentino silencio, se convirtió en una caja de cartón en forma de cubo y la grieta de cerró. La caja levitó lentamente, descendió muda hasta el suelo, y se detuvo con una exhalación azul que muy pronto se disipó en el aire.
La caja no quedó humeante, pero sí desprendía un olor a aire fresco, como si viniese volando durante mucho rato, o como si viniese de lo más remoto del cosmos. Sin dudarlo, se abalanzaron de rodillas sobre ella, y le echaron las manos por si había alguna información útil a los ojos. No había nada, ninguna información, ningún dibujo. Ni siquiera una cuerda para atarla; se cerraba con velcro por dentro. Era genial. Pero más genial era lo que en ella encontraron. 
Lo más intrigante era entender todos los por qué que planteaba esa extraña experiencia. No eran mucho de creer en fantasmas y rollos sobrenaturales, aunque habían tenido un sustillo un día, más bien una noche… Sin dudas, ese día quedaría marcado como el día mágico para aniversarios futuros. Ahora bien, este acto de completo misterio no podía ser aleatorio. Por tanto, elegido era ese destino, y había que averiguar por qué.

2waybackdoor / Día-D

Bajo un envejecido cartel sobre su entrada, y relegado a un rincón de un extenso predio universitario, se encuentra un pequeño estudio de radio en donde se emite un programa de escasa popularidad, a punto de finalizar sus días al aire. El motivo por el cual la emisión sigue funcionando reside en el esfuerzo continuo de un solo hombre que la mantiene viva gracias a su incesante labor diaria. A pesar de ello, su trabajo es desconocido. Tanto él, como el programa y la emisora, pasan desapercibidos a cada oleada estudiantil generacional, inmersas por igual en rutinas de consumo, hegemónicas sobre el ejercicio de un auténtico pensamiento crítico. Siempre caras nuevas y diferentes modas continuamente, pero, a la vista, ninguna luz brillante en la mirada diciendo verdades únicas. Antiguamente, en su época más juvenil, y cuando el campo universitario tenía aún profundas y vivas praderas con apenas unas cuantas casas de estudios entre aquellas colinas de bosque, resultó ser una persona entrañable y recibida con estima entre las críticas musicales habituales del momento. Esto devino por su dedicación perpetua a crear magnas obras vanguardistas que resultaban tan puras y visionarias como para otorgarle cierta fama que le llevaría a acceder al espacio de una estación de radio en la universidad. Esta aparente fama, sin embargo, en vez de entregarle una prometedora popularidad, resultó al final en una artimaña cuidadosamente prevista por ciertos intereses para sumirle en un silencio progresivo que irreversiblemente mermaría tanto su prestigio como su figura. Su casa, de ahora sólo un habitante, se hallaba igualmente en un lugar retirado, entre encinos y pinares de un tramo alejado de alguno de aquellos distantes caminos de tierra aún vírgenes.

Aquella joven de ojos zafiros llegaba una vez más con retraso a sus clases. Caminaba siempre sola, adentrada en su música y en la capucha del piloto, con su mirada puesta en un futuro insospechado y, de acuerdo a sus cálculos, todavía mucho más solitario. Las personas a su alrededor no parecían tener nada propio que compartir, ni nada grande que vivir. Pero ese día era distinto. Llevaba en su bolsillo derecho un pequeño anuncio que había retirado del panel de informaciones de la parada del bus. En el bolsillo izquierdo llevaba algo mejor, un disco digital en el que figuraba 2waybackdoor con grandes letras de rotulador y que contenía su obra musical recién concluida, junto a una carta dirigida al mismo y único contacto que figuraba en el anuncio. La tarde se presentaba bonita y entrañable en aquel paraje natural, como inyectado en la ciudad.

Hacía tiempo que sus tácticas de captación no daban fruto alguno, y siempre cada visita al estudio era, meramente, una cuestión aislada y de conveniencia. Todo se fue a la mierda desde aquel escándalo absurdo que se inventaron y que, de forma gratuita, le adjudicaron. ¿Es que a nadie le importa lo que había más allá de los rumores? Era increíble comprobar -cada día- como la marea juvenil que determinaría un futuro muy próximo, había mutado en una forma inhumana de relacionamiento y conciencia de sus realidades. Él ya no tenía mucho que hacer, todas las cartas habían sido jugadas y, definitivamente, nadie se había percatado de sus señales. Esa tarde cerraría antes de lo habitual, pediría unos tallarines chinos y después saldría a caminar entre los misteriosos claros de luna que ascendían por la montaña hasta llegar a su Roca de la visión -como él la llamaba-, en donde fumar junto a viejos recuerdos en sus oídos. Echó llave y candado, y miró una última vez el viejo rótulo de la emisora con su obsoleta imagen de siempre, una última estocada a la ya desamparada y borrosa ilusión de su vida. Dio media vuelta y encaró el asfalto invasor que había partido en pedazos cuadriculados la universidad. Dispuesto a no volver su mirada al encuentro de otra señal más que le hiciese perder totalmente la cordura, decidió una vez más pisar la hierba y hacer su propio camino entre los árboles que rodeaban los edificios de alguna de esas facultades.

Ese día sería distinto, nadie en su clase entendía el verdadero valor de un anuncio como ése. Se reían y burlaban desinteresadamente de aquel rarito que andaba siempre solo, mirando perplejo los grupos de personas y las instalaciones del campus. Ella sentía ganas incontrolables de hacer exactamente lo mismo; Sin embargo, ya se había percatado tempranamente del entorno, y prefería apostarse la vida en el inquietante descubrimiento personal de encerrarse horas y horas en su cuarto sumida entre acordes, melodías y grabaciones. Iban cobrando un atractivo único, auténtico, el origen de la esencia; últimamente era aún más entretenido, persiguiendo, a través de un concurso musical, un casi-probable significado cifrado, cuyo código de acceso creía estar convencida de haber hallado en las imágenes (que 2waybackdoor había organizado y promocionaba). Ese día se entrevistaría a quien se hubiese interesado. Ese día sería distinto. Lo mejor de todo era que, aunque ella no calificase para la siguiente ronda, su participación ya serviría como crédito para la carrera universitaria. De entre muchas opciones de créditos de investigación, le llamó particularmente la atención la presencia de aquella emisora de radio que ella recordaba como la de aquellas viejas historias de la infancia, la daba por desaparecida, pero su peculiar nombre -y el de su fundador- resolvió cualquier posible duda de su existencia real. Había pasado 1 año y medio de carrera, y aún no había visitado la emisora ni una sola vez. Por otro lado, durante los meses del último año, venía encontrando sus anuncios un tanto sugerentes; En ellos, además, siempre leía claramente en letra pequeña CRÉDITOS DE INVESTIGACIÓN. Recordaba mirarlos de reojo al pasar, y preguntarse constantemente por el eterno mensaje del diseño de los anuncios: 2waybackdoor: concurso. Inicialmente, ella había hecho algunas averiguaciones por mera curiosidad, un día en una clase en donde se repasaron los movimientos estudiantiles locales, y en una aburrida reunión con antiguos alumnos que contaban sus viejas historias, pero la reiterante caminata que le llevaba a encontrarse indirectamente con aquellos panfletos siempre iguales y siempre diferentes, a ella le obligaba a hacer asociaciones rápidas y absurdas con los diseños impresos. Hoy sería un día distinto, El papel de su bolsillo decía 2waybackdoor: gana. Mientras lo averiguaba, continuaba sumergida en su esfera de monotonía, en otro bolsillo cumplía con los requisitos de sobra. Su obra musical era magna. ¿Tal vez estaba perdiendo el hilo? Ese día sería distinto. Tuvo una gran idea, todo aquello le sirvió de inspiración. Elegiría aquel caso, aquella emisora, como tema de su investigación, así podría adentrarse en una indagación más profunda. A fin de cuentas, aquello era de lo mejor que se le ocurría hacer en aquel momento de su vida; además, siempre le había resultado curiosa e intrigante la extraña información que se movía entre rumores y leyendas en torno a aquella historia. Escape del torrencial encierro social. ¿Qué podía perder? 

Mientras él avanzaba bajo las casi ya tenues luces entre chopos de la tarde, revivía en ráfagas aquéllas otras en las que la gente consideraba una joya la comunicación. Cuando llegó a la universidad -de estudiante- el conocimiento no era nada si el mismo no tenía salida. Cómo despreciar la oferta de emitir en abierto cualquier opinión y material… era algo impensable por entonces. De cualquier modo, ya había desistido de esa idea utópica de convencer al resto, y ahora comprobaba que la vida se iba rápido y mal. Se había abocado a transferir sus conocimientos y, si en el camino se rescataban pobres almas perdidas, seguro que no sería por su pretensión de méritos. Confiar en la gente había sido la peor idea. 	Al cruzar el último asfalto antes de entrar en los caminos de bosques de tierra, curiosamente -y para ironía mental suya- un furgón de reparto se detuvo a cederle el paso con parsimoniosa cortesía. Ante tal gesto, él se apuró en caminar ágilmente hasta el otro lado. Se giró agradecido, y aún tenía la perspicacia de no perderse un detalle con un rápido reconocimiento.  
La furgoneta fue mucho más escueta en acelerar, soltando una ráfaga de humo unos cuantos metros hasta tomar la primera curva, quizás bruscamente, motivo que a él le impidió retener más detalle que sus cristales tintados. No pudo ver la matrícula porque la furgoneta no tenía.


Al margen de que a ella le apurara siempre la hora por llegar a tiempo, le gustaba detenerse un rato bajo algún árbol o en una zona de estar algo retirada. Siempre cerca de la gente ya que aún no daba por perdida la Humanidad, cuya presencia le inspiraba y a ella le mantenía actualizada. A veces, se quedaba horas enteras buscando una palabra entre bocanadas contenidas. Cada una era un mundo más en renglones que ocasionalmente se definían con el movimiento o las palabras de personas circundantes, tan ajenas en realidad, como íntimas en pensamientos. Se tumbó a los pies de su Tronco de los pensamientos, el de un despistado sauce llorón gigante que encerraba una atmósfera única al otro lado del estanque. Tenía sus recovecos. Ella soltó el humo y dejó aquel cigarro junto a sus cosas, entre las raíces, y la mochila a los pies del árbol. Ella se recostó de lado y reposó su cabeza sobre ella. Tapó su cara. Sonaba la intro de un material recién parido, preparado para el concurso, un trayecto musical lleno de matices y detalles estudiados para la ocasión. ¿Acaso el mensaje sería comprendido como tal? ¿Estaría ella alucinando? o ¿realmente había ella visto en los anuncios señales clave para ganar el concurso? Además, ella juraría que conectaban una historia inimaginable, pero visible a los ojos. Repentinamente, ella sintió un tirón en la mochila, su cabeza cayó al suelo y los auriculares se le descolocaron. Trato de incorporarse sobre los codos, pero varias manos le apretaron tan fuerte del cuello y los brazos que apenas retuvo una fuerza para tomar aliento. En el brusco forcejeo, sólo pudo contenerse. Y su boca fue sellada. No tenía ni tiempo de pensarlo, le parecía increíble ver sus propios pies arrastrándose hacia atrás, peleando por clavarse al suelo en fuertes sacudidas, adentrándose en lo profundo, lejos de los últimos rayos de sol. La última y abnegada mirada de ella quedó sobre sus cosas, descansando aún entre las raíces del árbol.

Villa de los conejos

Los conejos vivían en la curva de la muerte. Pero nadie los sabía. Nadie los sabía porque nadie sabía que esa era la curva de la muerte de una carretera que pasaba lejos, entre los campos de olivos. 	Pero esa carretera, en la noche y en el día, hacía una larga y empinada curva de gran velocidad sobre un cementerio antiguo que esperaba impaciente, apoyado sobre la curva conversando con los conejos, a la gente. 
Allí vivían entonces los conejos, y se asustaban cuando veían a alguien llegar, porque habían escuchado -con sus magníficas orejas- la leyenda del cementerio hambriento. Él no tenía la culpa, no era malvado; Simplemente… nunca había tenido a nadie en sus entrañas. Lo menos que podía hacer para no sentirse deprimido, era tentar a las visitas y facilitar el acceso. Tras muchos años de muy mala fama, y en compañía de sus únicos amigos, los conejos de la zona, un brote de esperanza había aparecido con los nuevos pobladores. 
Éstos habían decidido acudir cada año, en manada y con antorchas y vestimentas, durante la noche de San Juan, a quemar espíritus en una gran hoguera. Un espíritu había sido quemado mucho tiempo atrás, a través de una maldición, por un grupo de personas llamado Cofradía del Sacrificio. Este colectivo enfermo de fanatismo ostentaba el control mental de los habitantes a través del miedo y de la fe. Con la quema de aquel espíritu, dejaron tras de sí un estigma y una leyenda sobre la región.
En cambio, y contra toda intención de la Cofradía del Sacrificio, los nuevos pobladores hacían anualmente aquella liturgia para quemar el espíritu quemado, y así liberarlo, y por tanto a la región también, de la maldición que condenaba a aquellas personas que pronunciaban el nombre del espíritu.
Esto no estaba muy claro para el cementerio, puesto que, sin duda, era una oportunidad genial para él engullir algo gracias a esa maldición. Por otro lado, los conejos, sus amigos, tenían también sus reclamos, y él no quería interferir en los intereses de ellos. Ocurría que, todo sea dicho, los conejos vivían haciendo sus madrigueras bajo tierra. Iban a perder algo de libertad de movimiento en aquel espacio con nuevos residentes en sus tumbas, incluso con alguna mala sorpresa de encontrarse un cadáver fétido bajo tierra en horas de trabajo. Eso, con toda seguridad, les iba a sacar el humor para sentarse a ver cada día las hermosas puestas de sol con el cementerio, como hacían desde siempre, ya que no es lo mismo el caso fortuito de la curva de la muerte, que la absurda maldición con la que nadie estaba de acuerdo (excepto la gente de la Cofradía, claro).
De momento les parecía bien la visita anual de los pobladores. Entre todos, podían compartir el fuego y los licores que preparaban para la ocasión y una entrañable noche bajo las estrellas.
Habían planeado hacer un Cine de verano, allí en el cementerio, qué lujazo. Pero… la gente de la Cofradía, sombría y malpensada, había frustrado el proyecto alegando que el cementerio estaba tan maldito como el espíritu que habían quemado, ya que era, en verdad, hijo del espíritu mismo.
Y allí roían los conejos, salían al camino a ver si quienes se acercaban eran o no conocidos.